Por: Lina María Hurtado
Era un día normal, 7:45 a.m, la habitación y el desayuno estaban listos. Mientras tanto en el sofá de tono azul, en la sala de casa tomaba un sorbo de café y ojeando las redes sociales, sale un titular en la revista SEMANA: “Muere una joven por el disparo de un soldado en Miranda, Cauca”, el cual genera conmoción, acelera el corazón y activa la mente, provocando un estado de alerta, "cuan hijo han llamado para dar aviso que su padre falleció".
El sentimiento que embarga más allá del dolor y el repudio ante tal crimen, fue de impotencia ante los comentarios indiscriminados que se pudo observar: “quién los manda a no detener el carro” “Es la fuerza pública, tenían el derecho de quitarle la vida” “Un trans menos en el mundo” “Quién sabe qué escondería, una bala que salva una vez más”.
Este acontecimiento generó un retroceso no sólo un año atrás, sino que removió los recuerdos que aún son difíciles de digerir, no sólo por el gran contenido violento, sino por la selectividad que se tiene a la hora de justificar las muertes y decir cuáles son o no, importantes:
Dylan Cruz, un joven de 18 años “resultó herido por un proyectil de perdigones que disparó un policía” según Salud Hernández, periodista de la revista Mundo, durante las manifestaciones del 21 de noviembre de 2019, el cual le provocó el fallecimiento; Jorge Macana, líder social y trabajador en la sustitución de cultivos ilícitos de hoja de coca por el Proyecto de Sacha Inchi, “fue atacado con arma de fuego cuando se encontraba en su vivienda” según lo mencionó la Revista Semana en su artículo “Asesinan a otro líder social en el Tambo, Cauca”; Katherine Nova de 21 años “fue brutalmente golpeada, violada y asesinada al parecer por su expareja en la ciudad de Villavicencio, Meta”, así lo aseguró Yolima Carrero, Presidenta de la Asociación de Mujeres del Meta para RCN radio; Javier Ordoñez, estudiante de derecho de 44 años que, según lo afirma Redacción Bogotá del diario El Espectador “las primeras hipótesis apuntan a que luego de que recibió las descargas eléctricas y fue trasladado al CAI, recibió una golpiza que le habría causado la muerte”, todo a manos de la Policía Nacional.
Tras la muerte de Dylan, el comentario más replicado fue: “qué hacía ese niño en la calle, debería estar estudiando” “De no haber estado de vándalo, estaría vivo”. No, Dylan salió a protestar en contra de un gobierno que al igual que la mayoría de los habitantes de Colombia, es indolente; Dylan salió a manifestar por su condición de estudiante, por los líderes sociales, por el sector comercial, por quienes no tienen voz, y hasta por usted, que desde el sillón de su casa sólo se limitó a señalar sin antes mirarse el dedo y preguntarse qué estaría aportando a un país que lo necesita todo, pero que sólo y sin reparo, tiene a Iván Duque.
El mismo caso ocurrió con Jorge, Katherine, Javier, y cientos de personas que han sido víctimas de la violencia y no sólo por parte del conflicto armado, sino por la misma fuerza pública, familiares y externos que creen que son dueños de la vida de los demás, afectando de manera exponencial la estabilidad no sólo de una familia, sino de un país entero que demuestra ser un cuervo que está al acecho de su presa para sacar sus ojos, y luego se echa a volar como si no hubiese cometido al acto.
Después de unas horas y pensar en cómo se debería decir todo aquello que se quiere manifestar para no herir la susceptibilidad de las personas, se debe hacer un pare, beber un vaso con agua y reflexionar ¿por qué se tendría que cuidar las palabras ante actos tan repudiables que convierten a Colombia en un charco de sangre, y a sus habitantes en criaturas carroñeras que cogen de las sobras de los cadáveres para saciarse? ¿Se tiene acaso que usar eufemismos como lo hacen los medios de comunicación y hasta el mismo presidente Iván Duque, para subsanar los hechos que ni él mismo puede controlar y que disimula por medio de un “plan de acción y prevención” todos los días a las 6:00 p.m.?
Colombia duele, pero duele más el hecho de que algunos de sus habitantes no tengan los escrúpulos necesarios para ser compatriotas y convertir el derramamiento y el dolor de las familias por sus pérdidas, en solidaridad y busca de lucha justa contra un gobierno que poco le importan los intereses de su pueblo, y que lo demostró al preferir salvar a una aerolínea como lo es Avianca, en lugar de una escuela rural que se está cayendo a pedazos, un camino imposible de transitar, y un Plan de Alimentación Escolar (PAE) que ni siquiera llega a los lugares más recónditos del país, y cuando llega, simplemente está descompuesto.
La república Colombiana necesita de líderes, pero líderes que contribuyan, no que sólo pretendan ser títeres y actuar en un escenario que, aunque parezca comedia, al final no causará risa, sólo más años de dolor, pena y tragedias.
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